Cuenta la leyenda que en la China de tiempos
lejanos hubo un joven que ansiaba dominar el arte de la espada y un buen día
fue a ver a un reputado maestro para que le enseñara su arte.
El maestro lo aceptó como alumno, le acogió en su
hogar, le señaló una escoba y le ordenó que barriera el jardín de su casa, el
aprendiz así lo hizo recogiendo con prisas las hojas que cubrían el suelo.
Al día siguiente, el aprendiz preguntó al maestro
qué lección de espada le enseñaría aquel día, a lo cual el maestro contestó “haz
lo mismo que ayer”. Al anochecer, una vez recogidas todas las hojas que cubrían
el jardín, el muchacho, agotado, se fue a descansar hasta la salida del Sol.
Al día siguiente, el muchacho, al levantarse por
la mañana vio que el jardín que había barrido el día anterior volvía a estar
lleno de hojas que el viento había hecho caer durante la noche. El aprendiz
acató las órdenes de su maestro y estuvo todo el día barriendo. Así lo hizo, día
tras día, durante cinco años.
Al cabo de estos cinco años el aprendiz le
preguntó ya cansado a su maestro -¿Por qué tengo que seguir barriendo hojas?
¡No es esto lo que usted me prometió! ¡Yo siempre he querido aprender el arte
de la espada! A lo que el viejo maestro
contestó: “Tú sigue barriendo el jardín” El aprendiz acató la decisión.
Y aquel aprendiz, que ya era un hombre, tras pasar
diez años barriendo cada día el jardín del sabio anciano, decidió regresar a su
tierra natal convencido de que el maestro le había estado engañando todo ese
tiempo para tener a alguien que le limpiara el enorme jardín y así no hacerlo
él. Una mañana recogió sus pocos enseres, se colgó la espada al hombro, se
despidió del maestro y emprendió el camino de vuelta a casa.
Cuando
estaba cruzando un puente, unos bandidos le atacaron por sorpresa y aquel
hombre, que caminaba pensativo, decepcionado y convencido de haber perdido diez
años de su vida, sin sentirse temeroso y sin pensarlo dos veces desenvainó la
espada, les hizo frente y en unos segundos los había vencido a todos.
Cualquier arte marcial oriental (como el Tai Chi o
el Aikido) requiere un duro proceso de aprendizaje que dura en la mayoría de
los casos toda la vida. Es decir que la calidad de nuestro Arte se medirá por la
paciencia que hayamos estado dispuestos a tener durante el transcurso del
proceso de aprendizaje durante el cual parece que no aprendemos nada, nuestra
práctica diaria parece no dar fruto alguno. Con el tiempo nos daremos cuenta,
como explica este antiguo relato Zen de que la práctica continua y sosegada de
aquello que al principio nos era desconocido, al final resulta que nos hace no
sólo más fuertes en cuerpo, mente y espíritu, sino que además nos lleva a otra
dimensión del Ser que nos hace más valientes, estables y a la vez flexibles,
etc.