lunes, 2 de septiembre de 2013

Un cuento

Cuenta la leyenda que en la China de tiempos lejanos hubo un joven que ansiaba dominar el arte de la espada y un buen día fue a ver a un reputado maestro para que le enseñara su arte.
El maestro lo aceptó como alumno, le acogió en su hogar, le señaló una escoba y le ordenó que barriera el jardín de su casa, el aprendiz así lo hizo recogiendo con prisas las hojas que cubrían el suelo.
Al día siguiente, el aprendiz preguntó al maestro qué lección de espada le enseñaría aquel día, a lo cual el maestro contestó “haz lo mismo que ayer”. Al anochecer, una vez recogidas todas las hojas que cubrían el jardín, el muchacho, agotado, se fue a descansar hasta la salida del Sol.
Al día siguiente, el muchacho, al levantarse por la mañana vio que el jardín que había barrido el día anterior volvía a estar lleno de hojas que el viento había hecho caer durante la noche. El aprendiz acató las órdenes de su maestro y estuvo todo el día barriendo. Así lo hizo, día tras día, durante cinco años.
Al cabo de estos cinco años el aprendiz le preguntó ya cansado a su maestro -¿Por qué tengo que seguir barriendo hojas? ¡No es esto lo que usted me prometió! ¡Yo siempre he querido aprender el arte de la espada! A lo que el viejo maestro  contestó: “Tú sigue barriendo el jardín” El aprendiz acató la decisión.
Y aquel aprendiz, que ya era un hombre, tras pasar diez años barriendo cada día el jardín del sabio anciano, decidió regresar a su tierra natal convencido de que el maestro le había estado engañando todo ese tiempo para tener a alguien que le limpiara el enorme jardín y así no hacerlo él. Una mañana recogió sus pocos enseres, se colgó la espada al hombro, se despidió del maestro y emprendió el camino de vuelta a casa.
 Cuando estaba cruzando un puente, unos bandidos le atacaron por sorpresa y aquel hombre, que caminaba pensativo, decepcionado y convencido de haber perdido diez años de su vida, sin sentirse temeroso y sin pensarlo dos veces desenvainó la espada, les hizo frente y en unos segundos los había vencido a todos.
Cualquier arte marcial oriental (como el Tai Chi o el Aikido) requiere un duro proceso de aprendizaje que dura en la mayoría de los casos toda la vida. Es decir que la calidad de nuestro Arte se medirá por la paciencia que hayamos estado dispuestos a tener durante el transcurso del proceso de aprendizaje durante el cual parece que no aprendemos nada, nuestra práctica diaria parece no dar fruto alguno. Con el tiempo nos daremos cuenta, como explica este antiguo relato Zen de que la práctica continua y sosegada de aquello que al principio nos era desconocido, al final resulta que nos hace no sólo más fuertes en cuerpo, mente y espíritu, sino que además nos lleva a otra dimensión del Ser que nos hace más valientes, estables y a la vez flexibles, etc.